Difusión Cultural
Trayectoria en el cine: Actor para Manuel Zarzo
Uno de los actores más emblemáticos del cine español, Manolo Zarzo nació en el madrileño barrio de Ventas el 26 de Abril de 1932, en el seno de una familia de clase obrera. El menor de sus ocho hermanos, desde pequeño siempre frecuentó el teatro, donde despertó su vocación. A los 16 años inició su carrera artística en una compañía de teatro juvenil, con la recorrió España. Años más tarde fue descubierto por Antonio del Amo, saltando a la gran pantalla en Día tras día, no dejó de hacer cine.
Colaboró con destacados maestros de la historia de nuestro cine. Mariano Ozores, Pedro Lazaga, Jaime de Armiñán, Juan Antonio Bardem, Carlos Saura o José Luis Garci fueron algunos de los directores de los que recibió órdenes. Y compartió pantalla con Fernando Rey, Paco Rabal, Pepe Isbert, José Luis López Vázquez o Alfredo Landa, que además de compañeros fueron amigos.
Zarzo consiguió hacerse carrera fuera de nuestras fronteras, en las industrias italiana y francesa, participando en distintas coproducciones, y trabajando con Ettore Escola, Monica Vitti y Marcello Mastroianni en El demonio de los celos.
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Manolo Zarzo también es una cara muy conocida de la ficción televisiva donde ha interpretado, entre otros, a Segismundo Ballester en Fortunata y Jacinta (1980), a Bernardo Álvarez en Juncal (1989), a Tomás Alberti en la primera temporada de la serie Compañeros (1998), a Eugenio en El Súper (1999), a Constantino en La verdad de Laura (2002) y a Rafael en La Dársena de Poniente (2006).
Padre de cinco hijos, uno de ellos actor y otro operador de cine, Manolo Zarzo recordó en el homenaje que le rindió la Academia un dramático suceso. Nunca olvidará el 23 de septiembre de 1960, día en el que iba hacía la Puerta del Sol para sellar su pasaporte porque tenía que hacer una película en Italia. En el camino se encontró con un incendio en la calle Carretas y se unió a un grupo de personas que estaban sujetando mantas para que las personas que estaban atrapadas pudieran bajar del edificio. Una de las jóvenes que saltó iba a caer fuera de la manta, “y me eché hacia atrás para cogerla y sentí cómo su peso me caía sobre el hombro. Estuve dos horas clínicamente muerto y después dos meses con el torso escayolado. Salí de aquello con voluntad. Me dije: ‘me voy a poner bien’, y aquí estoy».
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