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2010, El Año que no Fue

por | Mar 18, 2025 | INFORMES Y ESTUDIOS, NOTICIAS

Difusión Cultural
Remitido por Jaime Larraín Zelada
Capitán de Corbeta (R)

Así vivimos un tsunami 8,8 en el Aquiles

Como Oficial de Marina, el año 2009, fui destinado por la Armada de Chile al Transporte “Aquiles”, unidad naval dedicada al transporte de tropas, clínica y logística. Esta destinación fue, para mi, una gran oportunidad de conocer actividades bastante diferentes a las que realizaba hasta esa fecha. Siempre había servido en unidades de la Escuadra Nacional u otros puestos de responsabilidad en tierra por lo que, cumplir una destinación en esa Unidad, representaba un importante desafío para mi carrera naval.

Era un buque bastante grande, con capacidades que permitían trasladar a centenares de pasajeros y transportar gran cantidad y variedad de material naval como vehículos, contenedores marítimos, insumos clínicos, carga general y una cantidad considerable de víveres. Esto permitía una autonomía de varios meses sin la necesidad de requerir los servicios de abastecimiento de bases navales o puertos civiles. Del mismo modo, las acomodaciones de este buque eran estupendas. De una gran capacidad de brindar bienestar a pasajeros y con posibilidades de servicios que permitan una agradable vida a bordo. El “Aquiles” era un privilegio de destino para cualquier marino. Cada sector de la unidad, contaba con lo necesario para hacer llevadera la vida a bordo, tanto para la dotación de la unidad como para los pasajeros. Navegar en sus cubiertas era un deleite y todo estaba pensado para llevar una vida agradable mientras duraban las largas comisiones que la Armada disponía.

AP 41 AQUÍLES (*)

Notables eran sus salones de popa donde, con austera elegancia, su ornamentación mostraba lo más tradicional de la vida marinera propia de un buque de la Marina Chilena. Una cubierta de vuelo además, permitía contar con un helicóptero y todo lo necesario para operaciones aeronavales y el abastecimiento permanente de combustible de aviación y resguardo de las tripulaciones de aeronaves embarcadas. Era un buque primordial, sus grandes almacenes y frigoríficos lo hacían toda una ciudad flotante y su dotación ese año, en un gran porcentaje recién llegado, denotaba entusiasmo y agrado por el nuevo equipo conformado para el año 2010.

Mi llegada al buque los últimos días del año 2009, tuvo algunos contratiempos. La recepción de mi cargo tuvo algunos infortunios y reveses que me impidieron poder tomar el control del Departamento de Abastecimiento como hubiera deseado y en el tiempo que esperaba. Por lo anterior, no pude conocer cabalmente las reales capacidades de esta unidad para enfrentar comisiones cercanas y la más importante para iniciar el año 2010: “La Comisión Antártica”. Esta consistía en un viaje con pasajeros civiles al territorio chileno antártico para abastecer a los marinos que ahí servían y aprovechar el traslado de muchas familias navales que debían cumplir relevos y destinación en diferentes lugares de Chile. En esta tarea, se hacía necesario trasladar gran cantidad de contenedores marítimos con los enseres y pertenencias de muchas de las familias de nuestros queridos marinos.

El día del zarpe se veía venir. No contaba con información estadística valiosa para poder programar lo necesario para los días dispuestos para esta comisión. ¿Cuántos víveres?, ¿Cuántos insumos médicos y sanitarios?, ¿Qué cantidad de materiales de consumo para maquinarias, elementos para mantenimiento sanitario, lubricantes, pertrechos, repuestos de ingeniería etc.? La verdad era que, al momento de iniciar las operaciones de esta gran unidad, no contaba con esos datos estadísticos. Así, supuse oportuno y prudente rellenar casi en un 200% todos los inventarios necesarios para evitar las eventuales molestias y peligros del desabastecimiento en medio de una comisión antártica.

Era el tercer Oficial más antiguo de la unidad y contaba con un grupo de compañeros muy agradable. El Comandante era de excelencia y como muchos había sido destinado a ese mando el mismo año. Su entusiasmo y caballerosidad hacían de él, un Jefe querido y respetado. De buen humor, humilde y de un trato ejemplar y afable, el Comandante del buque era para los Oficiales y Gente de Mar un verdadero privilegio. EL Capitán de Fragata Juan Andrés de la Maza Larraín, prontamente tomó control del buque con las novedades de todos los cargos y, especialmente, los correspondientes al área contable, logística y financiera la que presentaba falencias y varios importantes detalles. Desde un inicio, comprendió que su Oficial de Abastecimiento tenía una tarea importante en relación a poner en orden muchos aspectos logísticos y financieros del “Aquiles”, dándome toda su confianza y apoyo para tal labor.

Todo parecía estar listo para una comisión que se avizoraba, sería larga y entretenida. Nos acompañaban muchos pasajeros civiles que la Armada había autorizado a embarcar para esta travesía en demanda de parajes maravillosos y mares tormentosos que eran la antesala del Continente Antártico Chileno.

EL buque estaba totalmente abastecido y presto para el inicio de esta comisión. Las cubiertas superiores e inferiores estaban atiborradas de contenedores y pallets con todo tipo de materiales y víveres frescos. Todo hacia pensar que podríamos navegar sin mayores contratiempos durante bastante tiempo. Nada faltaba y sin considerar que algo sobrara, sentía profundo orgullo al saber que contábamos con casi cualquier cosa que alguien pudiera requerir para satisfacer distintas necesidades, guardando las proporciones ciertamente. Especial cuidado tuve con los requerimientos realizados por la Oficial de Sanidad quien dependía militar y administrativamente del suscrito. Era evidente que una comisión de esa magnitud, debía contar con un Servicio Sanitario que permitiera atender todo tipo de emergencias y eventualidades, especialmente, cuando cualquier puerto base se encontrase a distancias que hacían imposible una aeroevacuación.

Llegó el día del zarpe a inicios del mes de febrero. Era un día radiante y feliz. En el molo de abrigo una multitud nos despedía con cariño y entusiasmo. Creo que los únicos que pueden conocer el sentimiento que se genera tras un zarpe, son los marinos. ¡En efecto! En cierta medida, al momento de zarpar se produce un sentimiento de tranquilidad al finalizar la ardua tarea de abastecer al barco y preparar máquinas y sistemas para una larga comisión. Un sentimiento de “adoptar una nueva familia” se genera puesto que, desde el momento de zarpar, después de Dios está nuestro comandante y junto a uno, los camaradas que componen un gran equipo de trabajo con un objetivo común, claro y demandante.

Prontamente el Buque comenzó su lento y sinuoso vaivén. Una pequeña y permanente vibración, daban cuenta del funcionamiento de las poderosas máquinas propulsoras. Ya entrando la tarde, los pitos marineros empezaban a sonar por los alto parlantes (sistema 1 MC) para llamar a rancho a las guardias que debían completar 4 horas de actividad operando sistemas, máquinas, cocinas, servicios y enfermería. EL tráfago naval era disciplinado y tranquilo. El olor a pan recién horneado y a rancho naval, en momentos, envolvía algunas cubiertas y pasillos en medio del trabajo interior y de pasajeros que, curiosos intentaban habituarse a una condición nueva para ellos.

Algunas rondas iniciales para ver a mi gente y cómo funcionaban los servicios, que del suscrito dependían, me daban la tranquilidad necesaria y la satisfacción de un trabajo previo bien hecho. Los veía tranquilos y seguros mostrando, en todo momento, el profesionalismo propio de los marinos chilenos.

Las actividades empezaron a realizarse cumpliendo un estricto y disciplinado régimen y prontamente, se inició el llamado para los pasajeros con el propósito que se congregasen en distintos puntos de reunión para ser instruirlos en relación distintas emergencias, especialmente las de incendios, los que suelen tener consecuencias fatales para pasajeros y tripulaciones si estas no están bien preparadas y bien dirigidas para estas eventualidades. Creo que, en líneas posteriores, podrán entender la importancia que tuvo estos preparativos y los diarios “zafarranchos” de incendio (Ejercicios de entrenamiento y simulacro para enfrentar incendios dentro de unidades navales) que por norma u obligación, en todas las unidades y reparticiones de tierra se realizan.

Ya todo estaba normalizado y a pocos días de navegación con rumbo general sur, ya las dotaciones y pasajeros compartían hermosos momentos y entretenidas conversaciones. Los salones todo el día estaban ocupados por pasajeros que disfrutaban de esta sinuosa navegación disfrutando de lo que el buque estaba autorizado a ofrecer para el bienestar de estos.

Los días pasaron. Tras una corta recalada a la histórica Base Naval de Talcahuano y el embarque de más carga con destino al sur, iniciamos la navegación rumbo a Puerto Montt, ciudad que sería la última antes de tomar Golfo de Penas, con demanda de la zona más austral de Chile y finalmente el Continente Antártico.

Todo estaba bien y el zarpe, nuevamente, fue sin novedades y todo volvía a funcionar como una pequeña ciudad flotante.

Los días pasaron lenta y pausadamente. Muchas actividades se realizaban a bordo para poder mantener a los pasajeros entretenidos y felices. Charlas y exposiciones por sistemas cerrados de TV, otras presenciales y los salones como siempre con decenas de invitados que, junto a los Oficiales y Gente de Mar, departían día y noche buenas conversaciones.

Se aproximaba prontamente un hito en toda navegación en los mares de Chile. Había que preparar al Buque para algo un poco más demandante que una simple navegación por el océano. Ya saliendo de Puerto Montt se venía la salida a Océano abierto, pasando por Golfo de Penas. Sin duda, todo marino sabe que este tránsito no siempre es algo fácil o calmo. Golfo de Penas, como su nombre lo indica, muchas veces ha sido el lugar donde grandes naufragios fueron, tristemente célebres en la historia marítima de Chile. Golfo de Penas era algo para lo cual había que estar muy bien preparados y el buque muy bien “amarrado” en sus interiores para evitar daños producto de las pronunciadas escoras (vaivenes) que ocasionalmente, hacían caer elementos que no estaban protegidos de estas pronunciadas inclinaciones como efecto de mares tormentosos y olas de gran envergadura.

Los pronósticos meteorológicos e información satelital hacía augurar que las “Penas” propias del Golfo de Penas no se harían notar, nuestro paso por el golfo a la hora prevista, mostraba condiciones ventajosas por lo que esperábamos una navegación, como pocas veces, muy grata.

Posterior al rancho de medio día, la guardia continuó sus labores mientras el resto seguía en labores administrativas o descanso. Posterior a algunas actividades con pasajeros y ponerme al tanto de mi cargo y verificar las condiciones de mis valiosos subalternos, me dirigí a mi camarote. Este contaba con muchas comodidades a la altura del Oficial Jefe de Departamento más antiguo de la unidad. No me podía quejar. Era un camarote dispuesto junto al Camarote del Señor Comandante. Sobriamente amoblado, en éste podía tener parte de mi colección de libros de Historia y valiosa documentación institucional y de mi cargo. Además me acompañaban, en ese año, algunas piezas de mis colecciones históricas. Era un deleite ese espacio con acceso directo al Puente de Mando y a los pasillos exteriores de Estribor.

Esa hermosa y despejada tarde, el mar nos mecía de manera muy agradable y los motores del buque, como señalé anteriormente, producían un leve ronroneo y vibración al navegar. De pronto, esa tenue vibración cesó, lo que me llamó la atención puesto que el buque, parecía había detenido su empuje. Segundos después las alarmas generales se activaron y por el 1 MC (sistema de altoparlantes que se encuentran en todos los rincones del buque) algo que me estremeció: ¡“EMERGENCIA, EMERGENCIA, EMERGENCIA”! ¡”INCENDIO EN LA MÁQUINA”. Como un impacto, las palabras frenéticas pero ordenadas del operador de 1 MC, informaban a todo el buque que no era un simulacro. Era un incendio real y, en efecto, de características gravísimas. De pronto todo el personal se puso en acción cumpliendo los protocolos establecidos para cada uno de los integrantes de este buque. ¡Todos sabíamos que hacer!, los entrenamientos y zafarranchos diarios habían valido la pena. En cuestión de segundos, decenas de marinos equipados con sistemas de respiración autónomos y trajes contra el fuego se dirigían al sitio del incendio. El Oficial Ingeniero tomó acción en su puesto de control en el puente de Mando junto al Comandante para que, desde ese lugar, junto a los planos de la unidad, dar las ordenes para controlar el incendio que en cosa de minutos, tomó proporciones de desastre.

Mis ordenes eran claras y junto a personal asignado para estas emergencias, procedí a dar las ordenes para que los pasajeros accedieran a sectores seguros y prestos para hacer abandono de la unidad en las balsas salvavidas si fuese necesario. Los pasajeros, como lo señalé anteriormente, habían sido instruidos para todo tipo de emergencias y esta era real.

Desde la cubierta principal dispuse lo necesario para tener a los pasajeros listos mientras el Comandante, me dio algunas indicaciones en relación a lo que debíamos hacer. Por radio, recibía las novedades respecto al avance del incendio y poco a poco, me daba cuenta que la situación era cada vez peor. Perdimos propulsión, capacidad eléctrica y la noche se avecindaba junto con un aviso de mal tiempo que originalmente no experimentaríamos. ¡Nada podía ser peor!.

Pasaban las horas y la situación se tornaba mas crítica. En un momento se pensó en realizar un abandono del buque e intentar guarecernos en ensenadas relativamente cercanas. A los pasajeros, ya con bastante frío, intentábamos mantenerlos tranquilos y creo que, en todo momento, al vernos serenos y compenetrados con la emergencia, estaban seguros que se encontraban en buenas manos. El Comandante me dio algunas indicaciones. Lo veía sereno y confiado en las decisiones que sus asesores más cercanos le recomendaban al momento de atacar el incendio en la sala de máquinas.

Se venía encima el frente de mal tiempo, aquel que no íbamos a vivir si ese incendio no hubiera acontecido. El problema era cada vez mayor. Finalmente, se toma la decisión de retirar a todo el personal que se encontraba atacando el incendio en la sala de máquinas. Cerrar todos los accesos y conductos de ventilación y vaciar los bancos de un gas inerte que desplazara el oxigeno para ahogar el fuego. Era la última medida a tomar. Si esto no resultaba, el buque se daba por perdido. ¡Finalmente, resultó! Al cortar uno de los tres componentes que mantienen el fuego, se logró sofocar las grandes llamaradas y con agua fría bajar la temperatura del sector y mamparas colindantes. Una vez completado este procedimiento, de manera rápida y efectiva se lograron colocar en servicio la maquinaria auxiliar para generar energía eléctrica y activar la segunda máquina que aun podía proporcionar propulsión.

Largas horas pasaron hasta, finalmente, poner el buque con propulsión propia, al abrigo de un fiordo para capear de manera tranquila del temporal que ya hacia notar sus primeros goterones y vientos gélidos propias de esas latitudes australes de la américa occidental.

Toda la tripulación, con dedicado esfuerzo, colocó en función lo necesario para poder activar los servicios y lo requerido para seguir la comisión o bien retromarchar a las plantas de Asmar Talcahuano (Astilleros de la marina chilena) para urgentes reparaciones. Finalmente, el Alto Mando Naval nos ordenó proseguir con rumbo sur, reparar lo necesario en Asmar Punta Arenas y completar la Comisión Antártica.

Esperamos con paciencia la llegada de una flamante corbeta construida en Chile,  enviada para escoltarnos al Sur y atender alguna otra emergencia que pudiera surgir producto del mal estado general de la unidad tras el incendio. Finalmente, con lo puesto y con lo que nos quedaba en la maquinaria, iniciamos nuestra navegación hacia el sur por la ruta de los magníficos canales australes.

Nuestra llegada a Punta Arenas, no estuvo ausente de contratiempos. Una falla en el sistema hidráulico del timón casi nos envía hacia un islote mientras maniobrábamos por algunos estrechos canales. Parecía que algo superior a nosotros nos dijera, a cada instante, que la Comisión Antártica año 2010 no la realizaríamos. Si no era una cosa era otra. Finalmente, Asmar Magallanes nos señala que la maquinaria no podría ser reparada en esa maestranza y que era menester reparaciones mayores lo que implicaba que la Antártica, quedaría solo en un lindo intento. ¡Era obvio! Para mi y para muchos, Dios no quería que fuéramos más al sur de Cabo de Hornos.

Los días transcurrieron monótonos en Magallanes en espera del zarpe con rumbo norte. La unidad estaba atiborrada de abastecimiento, lo que era un problema para el suscrito puesto que parte importante de lo embarcado, eran víveres perecibles que tenían un destino claro y ahora se perdía y los frigoríficos estaban con sus capacidades repletas lo que nos obligaría a retornar estos inventarios con eventuales pérdidas o dificultades para su redestinación. Problema tras problemas y dificultades que estaban haciendo de esa aventura una mala pesadilla. Los pasajeros, en un gran porcentaje, debieron retornar a sus orígenes desde Magallanes en los medios que pudieron. El viaje al continente helado estaba, definitivamente cancelado.

El 25 de febrero finalmente recalamos en la Base Naval de Talcahuano. La orden era desembarcar todos los contenedores con los enseres de nuestros marinos que debían ser trasladados al sur. Para tal tarea los estibadores trabajaron en ardua faena con toda la maquinaria y personal del Centro de Abastecimiento de esa Base. Era perentorio trasladar esa carga valiosa y cuantiosa a las barcazas a las cuales se le encomendó cumplir con la operación trasbordo y enviar esos contenedores a sus nuevos destinos en los lugares donde se frustró nuestra llegada.

Era 26 de febrero. Recuerdo que esa noche estaba bastante cansado. Tempranamente, abandoné la cámara de oficiales para ir a mi camarote y estar en paz y descansar leyendo un buen libro. Y así, sin quererlo, me quede dormido sobre mi cama, en un estado de feliz descanso sin imaginar que pocas horas después, viviría una de las experiencias más impactantes de mi existencia.

Pasadas las 3 de la madrugada y en un estado de total letargo fui removido de mi cama mientras el buque era sacudido de manera increíble. Era como si la mano de Poseidón nos hubiera tomado cual “coctelera” y nos sacudiera. Solo atiné a afirmarme del camarote mientras que, por mi claraboya, observaba la bahía de Concepción, por sectores se iba apagando. “¡Sin duda era un terremoto!” me dije y una vez que logré moverme, bajé al sector de la guardia de acceso, donde se encontraba la pasarela que nos comunicaba con el muelle. La guardia estaba estupefacta, el molo estaba destrozado y con grietas enormes. ¡Todo era increíble!

Prontamente, vi aparecer al Comandante vestido con una bata azul y desde el Alerón de Babor, me señaló que íbamos a zarpar de emergencia ya que era probable un tsunami.

Nada sabíamos. Por Canal 16 se podía escuchar el caos reinante en diferentes embarcaciones mercantes y pesqueras de la zona. De igual manera, las comunicaciones con tierra estaban, totalmente, anuladas y las otras unidades navales, prontamente se pusieron bajo las órdenes de nuestro comandante, a la sazón el más antiguo de todos los Comandantes de las unidades, en esa bahía presentes. Por lo mismo y por protocolo, todos los mandos de todas los buques de guerra daban cuenta a nuestro querido jefe. ¡La orden fue clara! ¡Todos deben zarpar!

Mientras tanto, por radio éramos testigos de los más dramáticos llamados de auxilio por parte de embarcaciones que informaban que el mar, emprendía su retirada. De un momento a otro, la maquinaría se puso en servicio saltándose todos los protocolos que mandan para colocar en servicio de manera gradual todo lo necesario para navegar. El zarpe era más que de emergencia. Personal de nuestra unidad bajó a tierra para largar las espías (amarras) y poder escapar, raudamente. De pronto nos gritan desde tierra para observar la pasarela. Tan solo 20 minutos antes, mantenía una pendiente desde abajo hacia arriba desde el muelle. Ahora era todo al revés. El mar se había retirado de manera dramática por lo que ahora, estábamos con poca agua bajo la quilla y donde antes había agua ya empezaba a verse el fango.

Finalmente y “en carrera”, logramos activar el motor de proa perpendicular a la quilla destinado a impulsar el buque desde la proa hacia ambas bandas. De esa manera, podríamos separar la unidad de manera rápida del costado del molo. Sin embargo, al momento de activar ese motor solo impulsaba piedras y barro. Poca agua nos quedaba. En ese momento me dirigí a mi camarote. Me puse mi tenida de Combate y mi boina. Pensé que si sería mi último día, sería vistiendo mi “uniforme de guerra”.

EL miedo creo, se había apoderado de todos. Quien no sienta miedo en una situación así, sin duda tiene la “chaveta suelta”. Subí al puente de mando donde me encontré solo con algunos Oficiales y un Cabo 1º. No estaba el equipo que conformaban el team de navegación, el timonel no estaba, radarista tampoco. Como día de descanso muchos estaban en tierra disfrutando de una merecida pausa. Estábamos los que llegamos y el Oficial Navegante hizo de timonel, el suscrito de control del ecosonda, el ingeniero dando órdenes a las máquinas y el Comandante dirigiendo la maniobra de zarpe en condición de poca profundidad y mucho menos visibilidad. Me instalé junto al Comandante de la Maza en el alerón de Babor donde podíamos percibir un panorama “apocalíptico”. El Comandante me pedía le diera las lecturas del ecosonda y por un momento pensé que el “1,5” que en el monitor figuraba, correspondía a 15 metros. Consulté y me dijeron “Negativa”… “es 1,5 metros”. En ese momento quedé impactado y mi temor me hizo dudar de lo que estábamos viviendo. Morir en el intento de escapar de un tsunami era algo que tenía muchas probabilidades. Teníamos un metro y medio de agua desde la quilla hasta el fondo marino. Y a 4 nudos no era de extrañar chocar con una roca, vararse y escorarse a una banda para posteriormente ser arrastrado por la llenante que a gran velocidad impulsaba millones de toneladas de agua, arrasando con todo a su paso. ¡Se respiraba miedo en el ambiente! y literalmente, respirando un olor parecido al azufre. Al exponerse el fango del fondo marino producto de la retirada del mar, los gases de este barro atestaron el ambiente haciéndolo aun mas desagradable. Todos estábamos tranquilos sin embargo, y cumpliendo cabalmente cada orden recibida, y al mismo tiempo, impartiendo instrucciones a los pocos subalternos que estaban abordo.

Seguíamos escapando mar afuera, siempre con 1 metro a 2,5 metros de agua bajo nuestra quilla con el consiguiente riesgo de estrellarnos contra una roca y romper el costado de la embarcación y hundirnos. Mientras observaba el ecosonda con las profundidades que señalé, acompañaba al Comandante en el alerón de Babor. Desde ahí tenía una perspectiva dantesca de lo que pasaba. Luna llena y algo de ASMAR ya a oscuras veíamos a la cuadra de babor y por nuestra popa podía percibir una fila de unidades navales que nos seguían. Todas con calados menores al nuestro. Nuestros Submarinos no zarparon y se prepararon para lo peor. En esta situación y con el puente de mando con un team reducido tan solo a los Oficiales que estábamos a bordo esa noche, el Oficial navegante, un excelente Teniente 2º, tomó el control de la rueda de gobierno y como oficial experto en su área, mantuvo, en todo momento el control de la unidad casi de manera intuitiva y segura. Un gran foco de uso naval hacia las veces de “busca caminos” e iba alumbrando la proa del buque mientras navegábamos con una corriente a favor puesto que, en esos minutos previos al tsunami, se producía la vaciante, es decir el mar se retiraba de manera rápida.

En un momento, quien llevaba el control del poderoso farol, dejo pasar el haz de luz por sobre las plantas de Asmar donde la oscuridad era custodiada con una luna centelleante. En ese momento pudimos escuchar los gritos de varias personas que distinguieron el haz de luz de nuestra unidad. Pude distinguirlos a unos 300 o 400 metros de distancia, acaso más, y sus gritos eran desesperados, pidiendo auxilio para ser rescatados. Seguramente se encontraban aislados. Miré a nuestro Comandante y con su mirada me dijo todo. Después me señaló: ¡“Nada podemos hacer por ellos”!.

Fueron segundos estremecedores y horriblemente tristes. No podíamos salvar a esos marinos los que, seguramente serían arrastrados por el tsunami que acumulaba energía antes de irrumpir con toda su furia contra la costa. Durante meses soñé con esos hombres y sus dramáticos gritos llamando y pidiendo los salváramos. Son cosas difíciles de olvidar. Eran hombres jóvenes e intentar un rescate, era sacrificar más hombres de manera inútil.

Por radio escuchábamos todo tipo de transmisiones. Unas verdaderamente dramáticas y pavorosas. El desorden cundía, especialmente a las embarcaciones civiles menores. De pronto, recuerdo haber percibido un cambio de rumbo muy rápido. Posteriormente supe que era el mar que experimentaba el efecto contrario a la vaciante. Era la onda que conformaba el tsunami propiamente tal. Algunas lanchas patrulleras que formaban parte de esta fila de unidades navales, experimentaron el impacto de esa llenante con consecuencias, afortunadamente, no fatales para ellos.

El buque poco a poco empezó a tomar más profundidad. En cuestión de minutos tomamos una posición que nos permitía fondearnos de manera segura. Luego de varios minutos de frenética escapada logramos colocarnos en una posición segura para poder tomar las acciones que las circunstancias demandaban.

Las horas empezaron a pasar y el “Aquiles” se conformó como un centro de operaciones flotante. Desconocíamos el destino de la Base Naval y las comunicaciones estaban literalmente, cortadas. En ese momento recordé una radio a pilas con capacidades de recepción para varias bandas en AM y ondas cortas. Estaba lista para ser usada para algo que nunca esperé pudiera ser útil. Con esta radio “Sony” japonesa empezamos a recibir transmisiones desde Argentina, quienes daban cuenta de la catástrofe ocurrida en Chile. Las transmisiones chilenas estaban “apagadas” por lo que la propagación de las señales electromagnéticas trasandinas eran claras y señeras. Hasta ese momento, ignorábamos que estábamos en el epicentro mismo de este monstruoso terremoto 8.8. Esta radio de algo sirvió en momentos de total desconocimiento de lo que ocurría. Luego, el Teléfono satelital entró en acción y con este, pudimos iniciar el contacto con el Alto Mando Naval y conectar las primeras acciones tendientes a tomar el control positivo de la zona marítima afectada.

Llegó la mañana, y el panorama que podía percibir era impresionante. Una especie de “nata” sobre el mar, cubría el agua con restos de todo tipo de cosas. Desde embarcaciones volteadas hasta contenedores que se hundían y navegaban, árboles, materiales de todo tipo arrastrados por las corrientes que iban y venían. Era algo dantesco y preocupante, porque las corrientes experimentaban un comportamiento errático que impedía mantener la seguridad del buque ante posibles choques de elementos a la deriva. Una muestra de esto fue algo que nos llenó de cierta tristeza. En un momento determinado, muy temprano por la mañana, por nuestra proa empezamos a ver que navegaba cual barco fantasma la Fragata “Zenteno”, unidad dada de baja algunos años atrás en la cual había servido el año 1999. Se encontraba encabuzada, es decir con su proa ligeramente hundida y navegando sin control a merced de las desconcertantes corrientes posterior al tsunami. Triste espectáculo verla avanzar dañada y herida de muerte. Prontamente, se dio la orden a un OPV de remolcarla hacia fuera de la Bahía y hundirla en mar abierto. Un final triste a una Fragata magnífica que tantos servicios prestó a Chile.

Esa misma mañana el Comandante de la Maza me ordena, bajar a tierra junto al Segundo Comandante. Para tal objeto embarcamos en el Helicóptero Naval clase “Dauphin” de la Aviación Naval que nos acompañaba abordo. Se dispuso la cubierta de vuelo para el despegue y en pocos minutos ya sobrevolábamos toda la bahía. Las primeras imágenes que veía eran terribles. Asmar en el suelo, unidades desperdigadas por doquier, diques flotantes sobre tierra, buques mercantes sobre las calles de la ciudad y la Base Naval, literalmente en el suelo. El sobrevuelo en un momento recorrió parte de la ciudad de Talcahuano donde los estragos eran de magnitud. Ya con el vuelo casi finalizando, aproximamos al Helipuerto, colindante al lugar de descanso del Monitor “Huascar”. Verlo me trajo cierta tranquilidad puesto que, sumado al desastre, su perdida habría sido aun mas dolorosa. El Coloso de 1879, se encontraba perpendicular a su posición normal. El maremoto no lo había logrado matar y el embarcadero con el espolón y la corriente del mar, había sucumbido.

Aterrizamos. Solo un piloto de otro helicóptero de la base, destruido ya, nos recibió. Su rostro reflejaba el impacto de lo que en la madrugada vivieron. Nos pusimos en marcha para contactar a las autoridades de la Base e iniciar lo necesario para rearmar todo.

Caminamos por la Base y pudimos ver el nivel de destrucción de casas y reparticiones. Solo horas antes los contenedores de nuestros marinos desembarcados del Aquiles habían quedado en orden en espera de embarcarse en las barcazas antes señaladas. Todo se había perdido. No había base naval, los servicios logísticos del Centro de Abastecimiento estaban literalmente, en el suelo. Asmar, Arsenales y la mayoría de las reparticiones de tierra estaban destruidas o en un estado de ruina.

Durante ese día coordinamos lo necesario con la Infantería de Marina con su Destacamento “Aldea” que en esos momentos y los meses posteriores, dieron muestra de un valor y comportamiento a la altura de su honrosa tradición. Estuvieron siempre “al pie del cañón” de manera infatigable y con un entusiasmo ejemplar. La Marina y Chile le deben mucho a nuestros Infantes de Marina. ¡Viva la Gloriosa Infantería de Marina!

Mi regreso a bordo, ya avanzada la tarde, fue muy triste. Ya empezaban a conocerse detalles del desastre y la perdida de numerosas vidas.

Las necesidades empezaron a hacerse notar. Las pérdidas requerían que alguien permitiera el suministro de todo lo necesario para el sustento de la vida de centenares de personas en los primeros días posteriores al desastre.

Desde mi llegada a la Unidad a finales del año 2009, mi sensación era de que todo andaba de manera forzosa. Las cosas funcionaron de tal manera que el 27 de febrero, no estábamos en la Antártica chilena. Estábamos donde más nos necesitaron, donde aquellos víveres que se perderían, alimentaron a centenares de personas, donde los servicios de clínica flotante ayudaron a tantos más que fueron heridos o enfermaron. Con un Buque Logístico atiborrado de suministros y con todo tipo de servicios estuvimos, la Santísima Providencia nos envió al lugar y el momento que la Patria lo demandaba.

Siempre recordaré el comportamiento de nuestra dotación 2010 del AP 41 “AQUILES”, especialmente, a mis subalternos directos a ellos mi más profundo agradecimiento por su leal apoyo y dedicado trabajo por el bien de Chile. Al Comandante, Juan Andrés de la Maza Larraín, hoy el Comandante en Jefe de la Armada de Chile, mi más profunda gratitud y admiración por demostrar ser un gran líder y un Comandante a la Altura de lo que es la Marina Chilena. A los Infantes de Marina del Destacamento IM “Aldea”, mi reconocimiento y consideración, por resguardar el orden en momentos difíciles para la ciudadanía, sin pedir nada a cambio y con poco abastecimiento.

Esta experiencia sin duda alguna, marcó la vida de todos los que fueron testigos de ese suceso en esa madrugada. Todo lo que aconteció desde el inicio de ese azaroso año, fue conducente a un propósito.

(*) AP 41 AQUÍLES . Entregado a la Armada de Chile el 16 de Agosto de 1988 en Talcahuano donde se cosntruyó bajo diseño de la firma canadiense Clearver Walkingshaw Ltd.
Posee una eslora de 103 m. , 17 m. de manga, un puntal de 7 m. y calado de 5,50 m. desplazando 4.550 toneladas. Con dos motores diesel de 7.200 HP que le permite alcanzar los 19 nudos,
Capaz de transportar 36 TEU, con una bodega de 2.000 m3, disponiendo de una grúa eléctrica en proa capaz de elevar 22 Tm.
Con armamento de dos montajes  Oerlikon de 20 mm. En una de sus nueves cubiertas (la de popa) puede operar un helicóptero Airbus BO-1or Bolkow.
Capacidad para  albergar 15 oficiales, 90 tripulantes y 250 infantes de marina ; pudiéndose transformar en buque hospital.
Clasificado como Ice Class 1B le permite operar en zonas de hielo.

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